Curaduría: Fragilidad y mundos sensibles - Retrospectiva de la obra de Henry Fernández Auscarriaga - Hekatherina Clara Delgado
Retrospectiva de los diez primeros años de la obra pictórica de Henry Fernández Auscarriaga
Curaduría: Hekatherina Clara Delgado
Sobre el Artista
Henry Fernández Auscarriaga (1982), nació en la ciudad de Montevideo, Uruguay.
Artista Plástico, Muralista, Ilustrador. Estudiante avanzado de la Facultad de Bellas Artes, es Docente de Artes Visuales de la Administración Nacional de Educación Pública del Uruguay. Ha expuesto en más de diecinueve exposiciones nacionales, trabajando, tanto desde la práctica singular y colectiva desafiando los límites de los cánones tradicionales y las técnicas contemporáneas.
Reseña de la Exposición
La fragilidad no es una narrativa en la obra del artista. Son múltiples capas de instantáneas de los imposible y lo de posible e imaginarios donde las cosas cambian de nombre y pierden su significado. Las imágenes del dolor, la depresión, desesperación, hambre, el cansancio frente a la maquínica realidad ficticia enfrenta la imposición de la impunidad, la desaparición y la naturalización social de vivir bajo el terror total.
El mestizaje sudamericano hace que cada obra se aleje de la ignonimia y romatización del dolor y del sufrimiento de la locura occidental que nos han impuesto. No sólo denuncia, protesta, expone, sino que permite viajar a través de otros mundos sensibles posibles que advierten pistas vitalistas sobre cómo abordar nuestras entreguerras cotidianas y geopolíticas.
La relación entre las prácticas políticas de ciudadanía participativa activa y la obra pictórica del artista Henry Fernández Auscarriaga es indisociable. Cada trazo, cada línea, cada pincelada, siempre es singular y colectiva y expone piezas que dan cuenta del constante avance de la catástrofe del ser humano frente al fetiche de la extracción por sobre el cuidado de lo que queda de naturaleza, del insoportable control del tiempo en términos de rendimiento competitivo.
Todas las obras de Fernández Auscarriaga no son enigmática, sino intrigantes y, por ello mismo, no son crípticas, sino accesibles a todos los públicos, posibilitando así hacer que la obra hable abiertamente, que diga de otros mundos sensibles posibles donde la fragilidad es abrazada, bienvenida, tanto desde el punto de vista de nuestros cuerpos, como de las ruinas entre las que vivimos. Las obras de Henry, hablan del necesario entusiasmo por la posibilidad de lo vivible.
Retrospectiva de diez años en ocho cuadros de temporalidad expandida
El surrealismo, como movimiento artístico, junto a André Bretón, (nacido en 1924), puso de manifiesto la pregunta en torno a ¿cómo se puede ser libre?, ¿qué relación existe entre el arte y la vida?, ¿qué entramado existe entre la conciencia, el azar, la memoria, el deseo, la coincidencia, la surrealitè. Se partía de una época en la que era necesario, tanto como hoy, mentes soñadoras y verdades sin legislar. Una época como hoy, que grita la necesidad de independencia histórica más allá de las formas institucionales que se imponen y regulan nuestras sobrevidas, supervivencias y vidas diferentes.
Sin embargo, la obra plástica de Henry Andrés Fernández Auscarriaga no es surrealista ni neosurrealista. Nada en sus piezas se queda en la comodidad de las categorías estáticas o los movimientos que no se exponen al accidente, a la crítica, al rescate del error como posibilidad de experimentación.
En este sentido, el misterio, la melancolía, el sueño, la muerte, los acontecimientos históricos y sus lugares históricos, no son abordados aquí como compensadores de una memoria teatral, así como el teatro no reemplaza la vida, la nostalgia no puede borrar ni silenciar la Historia, menos aún esquematizar la imaginación.
Las escenas que son expuestas nos cuentan historias sin buscar moraleja alguna, nada más y nada menos, interpelan nuestros sentidos y reflexión abriendo y desplegando nuevas preguntas, nuevas formas, nuevos escenarios de lo posible o lo imposible, quizá.
Disentir pictóricamente, disentir de la sensibilidad homogeneizante y totalizadora. Las perspectivas, lugar, zonas de la realidad inalcanzable, la sociedad ha alabado la pureza técnica de una noción de belleza occidental, la mayoría de las figuras sombras que nos advierten, cual anuncios y desapariciones.
Cualquier maniquí, cualquier cuerpo hegemónicamente bello se transfigura en la exposición de la fragmentación de la conciencia y el cuerpo a la que nos han sometido. Sujetos, sujetes, sujetas que se encuentran en un espacio entre objetos que hacen que el sueño parezca real, la claridad y la espectralidad se dan de bruces con el plano ideal de las cosas extrañas que se encuentran a plena luz del día, a plena percepción singular de los colores.
Las visiones a través de la ficción que construye la realidad de las masculidades disidentes enfrentando al patriarcado académico, creando desde el primer día y compartiendo los conocimientos técnico-intelectuales-sensibles con quienes más necesitan de la práctica artística social, nuestras crías y los movimientos sociales. Aquí no hay un artista que se mantenga al margen reproduciendo el colonialismo imperial religioso y el nepotismo capitalista buro-tecnocrático que impone el falso “mercado libre” del arte.
El dolor, la violencia psíquica comprimida en un lienzo-espacio, un multiverso paralelo en crisis de desvalimiento, de abandono, de soledad, de trauma, de trama, sufrimiento. Pero no, en estas piezas encontramos alivio, alivio singular y colectivo.
La asociación al azar, las imágenes inesperadas nos encuentran con mundos sensibles contingentes e ingobernables y los riesgos que implica el caos creativo. Las particularidades de las prácticas artísticas del artista es su irrenunciable carácter de abordaje de la irracionalidad de la razón. Si la pintura es el reflejo de nuestros tiempos, de nuestra época, de nuestras generaciones y diálogos intergeneracionales, estas obras asumen la fragilidad y nos desmonta mundos sensibles.
Asumir la irracionalidad de la razón es fundamental para la práctica artística social dado que la locura, sin romantización alguna, es un gran no a un mundo irrepresentable en su catástrofe y cada día más invivible para toda aquella persona que difiere de consensos mayoritarios verticales.
Cada pieza expone a la locura como una vivencia inmediata y relacional que se niega a ser “curada”, que rechaza la pose y el renacimiento maquínico del autoconsumo guerrero y la autoexpropiación mercantil.
“Enfermo”, “obsesivo”, “revulsivo”, “espontáneo”, “primitivo”, “autodidactas”, “pintores de domingo”, “aficionados”, “maníacos”, “histéricas”, “locas”, son algunos de los estigmas que acarrea cada artista a la hora de encontrarse con la materia y la necesidad de libertad de expresión. Si, persecución política histórica. Sacrificios y exilios impuestos que no deseamos atravesar y no elegimos repetir.
El propio mapa mundi desfigurado por la migración de la perifería al centro de estudios urbano, la constante hibridación para desafiar influencias y no perderse en el vetusto academicismo. Así acontece una paleta inacabable, las huellas del paisaje metamórfico en donde todo puede devenir algo diferente.
Aquí no hay bestiarios, demonios, brujas, santos, reyes, reinas, príncipes o princesas, aquí no hay retratos de los delirios de nobleza local e internacional. Las imágenes que instituyen otros significantes de lo salvaje, dejando en ridículo, en nuestro territorio, aquel león, la virgen, la prostituta y el niño de William Blake.
El modernismo fracasado aún diciendónos que estamos en América Latina, como si nosotras, nosotros, nosotres, no viviéramos en cada uno de nuestros cuerpos el resquebrajamiento del motor colonial-clientelar.
Nuestras prácticas artísticas sociales en “mercado libre” del arte aleccionador al status quo, al orden táctico del saqueo cultural, vienen a criticar el neorealismo, el neobarroco, el idealismo constante nos ahoga en el líquido ambiciono de la metafísica mística.
La reinterpretación en el lienzo antinatural de la pintura, la práctica que llega a devenir una historia en una pieza plástica hace que escapen al centro del poder siendo así consagradas por el público, aquellas personas receptoras que reinterpretan las obras que fueron dirigidas para ellas.
No se trata en esta retrospectiva de un artista contemporáneo más, nos encontramos con la crueldad de la ficción que se presenta como realidad. Es por esto que nuestro trabajo es y tiene que ser remunerado formalmente, impulsarse, apoyarse y multiplicarse en cada rincón de este territorio y del mundo para habilitarnos otras condiciones de posibilidad de nuevos sentires, pensamientos, de reflexiones, invenciones, formas de comunicarnos, autoconocernos conviviendo y abrazando nuestras diferencias.
Estas obras afirman la posibilidad de la catástrofe pero también de que aún podemos sentir y reafirmar cotidianamente formas vivibles de existir y hacer que sabemos, ya neurocientíficamente, que nuestras prácticas plásticas abren ventanas de aire en todos los sentidos que hacen a nuestros cuerpos, identidades y vidas.
Frente a monumentos delirantes de excolonizadores y las huellas urbanas, periféricas y rurales aún nos encierran en un tiempo cronometrado propias de la optimización del rendimiento del tiempo de cualquier manual conductual sea en la disciplina que sea. He ahí la necesidad del trabajo inter y transdisplinario, la necesidad de relación y lo real de que la filosofía y la práctica artística tienen muchísimo para decir frente a la imposición constante de imágenes y discursos religiosos y del poder médico que ordenan lo estático del tiempo y serían incapaces de expresar temporalidades divergentes.
Que la materia se haga metáfora es absolutamente relevante. He ahí el corte radical con el neosurrealismo occidental. Lejos del canon europeo de profundidad y perspectivas, aquí hay un nuevo lenguaje. Apreciamos prácticas artísticas sociales (dado el carácter singular y relacional del trabajo creativo) que se alejan nuevamente de los usuales tropos del machismo, ya sean las declaraciones de impotencia, la culpa y el chivo expiatorio, la cosificación del cuerpo de las mujeres, lesbianas y disidencias de géneros de forma excéntrica, fantasmal y fetichista. Sin duda alguna, “Ruedas Gigantes” da cuenta de la preocupación y ocupación en la denuncia pictórica del yugo religioso, económico, social, cultural y ambiental de la mayor cantidad de personas en el país, región y mundo.
La crítica persistente al ojo moderno y su punto de vista occidental marcado por el Siglo XIII es, sin duda, un rasgo impresionante toda la obra, sean tanto en lienzo como en mural. La crítica de la división naturaleza-tecnología, la exposición de la búsqueda de la transformación diegética es una zona en la que el artista nos regala un anticipo no ominoso de los problemas cotidianos y porvenir. Una suerte de alertas visuales para despertar alarmas sobre las formas de ejercicio del poder del patriarca religioso y del empresario capitalista. No hay una obra que no nos interpele sobre el desastre que han hecho desde los entretejidos y trasbambalinas del poder contraambiental.
La chatarra, los excedentes reprimidos, esos restos que no salen en palabras, se actúan desde el pincel. Siempre se actuaron desde los dedos y los muros. Hoy, queremos celebrar el pincel y la mixtura al romper las formas y el propio concepto del arte visual contemporáneo montevideano y nacional.
Pero, acaso, ¿no es lo inútil aquello que nos despierta las cosquillas de las dudas?, ¿acaso los inútiles, locas, artistas, brujas, científicos, los callejeros y las callejeras, las pobres y los pobres, todas esas degeneraciones que aún les cuesta aceptar como humanas y patologizan, no son los que mueven las trasformaciones sociales singulares y en común en el mundo?, ¿acaso pensar, reflexionar, emocionarnos, sentir, llorar, reír, imaginar no es aquello que nos permite la libertad aún en el peor de los encierros o desamparos?
Me pregunto, entonces, ¿por qué nos demandan a quienes hacemos prácticas artísticas sociales que cambiemos el mundo?, ¿podríamos si el arte no fuera una relación comunicacional permanente a través de todos los tiempos?, ¿sabríamos algo sobre tomar distancia de la realidad si, acaso, las artistas, los artistas y todo aquel disidente patologizado y criminalizado que decidió desertar de la normalización binómica del poder las primeras en cuestionar con todas las técnicas posibles a su alcance exponer lo peor de la lógica trágica y dramática occidental y oriental que ha devenido en el peor de las pesadillas de tortura, genocidios, holocaustos y paraestados?
Ya hemos muerto, ya nos hemos suicidado, ya nos han matado, ya hemos sentido demasiadas pérdidas constantes porque siempre, ya nos han sacrificado morbosamente. Y todo lo que eso conlleva lejos está de cualquier responsabilidad de nosotras, nosotres, nosotros. Hoy, como ayer, como antes de ayer, la autocensura y la autocomplacencia es el gran reino del arte esclavista, capacitista, burgués, noble, estúpida y pretensiosamente rimbombante.
No patrón, no señor, no su majestad, no su autoridad, no pastor, no cura. No nos sacrificamos, por el mundo, cobramos por nuestro trabajo, por nuestras prácticas educativas cotidianas frente a cualquier contrareforma medieval. No trabajamos bajo el concepto abstracto de deidad, no imaginamos dioses, ni hacemos cultos, no creamos templos. Increíble tener que continuar diciéndolo y actualizándolo a través de todas nuestras manifestaciones estéticas en el Siglo XXI, siempre en tiempos de guerras y entreguerras.
La fragilidad no es una mera narrativa, aquí no ha caducidad en el instante, aquí no hay banalidad ni oportunismo, son imágenes que lejos de las meras catarsis y éxtasis aspiracionales individualistas de la lógica del autoconsumo del pretendido patriarca curador, cuya sublimación es la fantástica ilusión del puro goce de la interpretación racional en utópica soledad del genio autárquico.
Esta retrospectiva nos permite asistir a un acontecimiento de deriva en diferentes emergencias de lo imposible, lo posible y lo que imaginamos o nos atrevemos a imaginar frente a un cuadro o un mural: a diversos mundos sensibles y sus éticas a intentar seguir profundizando en cada inicio del presente que deviene en el proceso de creación de un obra, los materiales, lo que ofrecemos con nuestras obras.
Las cosas, las personas, las animalidades cambian de nombres y pierden sus significados, las imágenes de la depresión, del paso del tiempo, del progreso indistributivo, la desesperación, el hambre, la máquina de la realidad ficticia antropocentrista de religiones antropocentrista explotadora, el calabre cotidiano, el agua, el fuego, la tierra, el aire porque es lo que este artista siente, piensa y duda frente al terror y lo total.
Imagen y es desmontado en cada título o múltiples títulos para establecer la forma en que se nos impone ominosa, secreta, sectaria y opacamente la realidad. El artista rompe con mitos canónicos: el mito del “buen salvaje” colonial europeo, “el romanticismo de la razón en el dolor”, quebrar la fetichización de las barreras entre tiempo-espacio y la denigración de la educación y de la práctica artística social latinoamericana independiente se aparta completamente de la postura de la transgresión que no es tal, se impone y regocija en el fanatismo de la banalización de lo peor y su utilitarismo oligárquico que lleva a la esclavitud de nuestra ya, (in)humanidad.
Esas imposturas pseudoprovocadoras típicas de las poses de dandy aristocrática y cipaya, ni el clasemediero con pretensiones burguesas fugases, ni el hombre nuevo del proletario que sigue el clero ideológico. Aquí no hay cura. Hay práctica sensible sobre las vidas y nuestros mundos sensibles.
La sensación de la pérdida está abordada como lo que es: dolor profundo e irracional, ausencia y extrañamiento, miedo a la soledad y la intemperie completa. Las piezas son experimentales, vívidas, laten, se dijeren a todos los sentidos del cuerpo y nos interpelan sin opción a pasar desapercibidas. No apelan a misterios ocultos decadentes, tampoco se a ninguna noción de inconsciente trágico-dramático como forma de liberación alguna.
La intriga no nos atrapa, nos cuestiona sobre cada una de las capas, envolturas y amalgamas que hacen a las formas de producir lo que llamamos “arte”. Lejos de la pantomina de cualquier neoneracentista, del ser tú mismo individualista imperial, siempre está presente la desconfianza hacia los cambios entre nuevos y viejos contratos sociales y sus restos y huellas.
El ego del genio ha muerto hace ya más del ciento cincuenta años. Naturalizamos la imposición de la fragilidad sobre nuestros cuerpos y vidas, lejos de la evasión de Dionisio, la mística cósmica del new age o la idea de la clase blanca pura basada en la idealización del cuerpo hipermasculizado de la figura del “jóven” por sobre cualquiera de las otras formas de vidas. El artista se aleja de aquellas fracasadas pretensiones de vanguardia de cualquier estilo.
La indigestión del vivir se empeña en decir desde nuestras prácticas, cómo, bajo qué condiciones y en qué contexto se produce nuestro mestizaje sudamericano, aparte de la usual ignominia de los occidentales y orientales, para posicionarse en otros escenarios posibles, otros mundos posibles donde la fragilidad del sentir está siempre presente sin ocultar su valor de puesta en acto de la lengua materna y crítica de la palabra escrita para desenvolvernos en nuevas formas de sobrevivir a las entreguerras cotidianas.
Las barreras estéticas y morales que gobiernan nuestras vidas están cuestionadas en esta retrospectiva. No presenciamos la performance del artista snob, conmovido y paralizado, confuso en su ensimismamiento y pretensiosamente ostentoso.
La práctica artística social conlleva riesgos cada día más inimaginables para algunos que prefieren miran especularmente sus artificiales burbujas económicas, sociales y culturales. Las formas de las prácticas transmutan junto a la temporalidad efímera de nuestros cuerpos y sentires, mutan, instituyen nuevas libertades de expresión frente a la apropiación y silenciamiento de los resquisios de nuestras formas de hacer con la vida no supeditadas o órdenes reaccionarios y regímenes totalitarios. Históricamente, hemos aún seguimos reclamando la independencia de las prácticas artísticas y su necesaria laicidad.
Lo popular, lo inculto, el desmontaje de la cultura hegémonica de las tragedias sociales de nuestro Uruguay y la región se encuentran en las obras y denuncian que aún tenemos que decir que tenemos derecho a seguir existiendo.
Existir sin resistir, sin sobrevivencia ni supervivencia únicamente médica occidental u oriental, que no naturalizamos el sufrimiento, el encierro, la desaparición, la trata, la mirada omisa y complaciente, el devenir del tiempo, el condicionamiento aplastante de los cultos a la extracción de la vida, el transe, la evasión banalizada de nuestras minúsculas y, al mismo tiempo, enormes existencias frente a un mundo patriarcal en guerra intercambiable y autoconsagrada de la implacable decandente religión empresarial.
Entonces, no nos encontramos frente a un pastor de almas: hay un animal humano expresando sus mundos sensibles a partir de una historia que nos sacude el estereotipo del bien del artista blanco reproductor de la alta cultura sostenida sobre pactos de silencio en los que quien no los sigue, desea ni pertenece, será tildado de otro a quien culpar fanáticamente cual enemigo.
Las posibilidades de nuestras conciencias se expanden frente a las prácticas artísticas que devienen obras en el “libre mercado” del arte y, dicha expansión, de los espacios y zonas de encuentros sensibles en la vida cotidiana es nuestra inter-exterioridad, la clandestinidad, lo que no se ve y lo que sí representan las instituciones que nos colocan frente a la nebulosa dualidad esencialista entre materia y cuerpo.
Espacios, zonas y objetos: ¿incongruencia o búsqueda de aire? La relación de la obra con la condición de ciudadanía participativa activa del artista es innegable, sin crear, por ello, escenas enigmáticas o crípticas, sino que las circunstancias requieren y exponen una necesaria comunicación que dice, sin siquiera, que se realice cualquier tipo de artefacto paratextual y, justamente de eso se trata el trabajo y la relación constante que intentó llevar adelante esta curadora independiente.
La obra habla abiertamente y dice sobre otros mundos sensibles donde la fragilidad del cuerpo y la vida es el punto de estudio que hace a las ruinas entre las que convivimos. Las desproporciones de elementos, sobredimensiones de las partes de nuestros cuerpos, los diferentes juegos de planos y contraplanos donde la superficie se nos expone como primer plano como composición o descomposición de lo real de la finitud.
No hay Edén, no hay alquimista, no hay monstruo ni maravilloso, la retrospectiva rompe con lo aurático ya que no adopta una imagen homogénea que remita a sociedad mística alguna, no hay sentimiento nacional, ni mito de origen. El artista muestra trasformaciones técnica distantes de cualquier imagen idílica neocolonizadora religiosa y total. La desconfianza es persistente, así como la duda.
La atmósfera cromática intensa hace que los trabajos digan de las texturas y repliegues que encontramos en las particularidades de las prácticas críticas latinoamericanas. Ninguna de las figuras está preservada de lo cotidiano, las situaciones escapan a cualquier sofisticación moderna y, es evidente, entonces, la anormalidad de los personajes, sombras, juegos de luces y tonos, de las temporalidades innombrables impuesta por la institución del canon estético tradicional de la alta cultura de los Siglos XIX, XX y aún XXI.
Los paisajes de los mundos sensibles, de lo que trasciende a la ficción mimética, nos permite adentrarnos en un viaje intertemporal hacia imposibles infinitos y posibles finitos. Cada paleta nos despierta, nos lleva al encuentro, los ojos crean un mundo sensible de pertinente interrelación y denuncia simultánea, como objeto extraordinario que alude repetidamente a la crítica del punto de vista que marca la perspectiva occidental acultural. Los ojos nos advierten de su presencia, su sonambulismo e innecesaria primacía a la hora de abordar cualquier práctica artística en nuestros territorios.
Este artista no hace cajas snobs sino que, por el contrario, cada cuadro rompe sus marcos y la propia percepción social, económica, política, cultural y ambiental del autor a la hora de crear nuevamente. Es recurrente el cuestionamiento de la pintura en la hechura de la pintura en la singular invención del abordaje de lo irracional, el desgaste de los cuerpos, la repetición del control y la opresión, la vejez y la enfermedad se resignifican para hablar de lo que sentimos sobre el transcurrir de nuestras vidas que dicen lo que pensamos sobre aquella pregunta protestante sobre ¿qué puede un cuerpo? No, aquí la pintura escapa a la geometría y los tratados no tienen cabida.
¿Por qué? Porque nos reconocemos cuerpos finitos temblorosos pero sin temor a la muerte, que no quieren sufrir y que se rebelan, huyen, roban, mutan, se contagian e infectan de emociones intentando, aún en el fracaso, transfigurar la naturalización tétrica de la normalización planetaria. No sólo queda la ciencia y de ahí el dolor, sino que sabemos, hacemos, vivimos, tenemos los conocimientos sociales y artísticos para crear diálogos transdisciplinares y defender nuestra libertad de expresión frente a cualquier régimen opresor-suicida, abandónico, femicida y genocida.
No, no el arte no “salvará” al mundo, ni guiará ningún “alma” hacia un “camino”. Es necesario detenernos a desenredar y destejer entramados históricos anclados en las prácticas lingüísticas occidentales, para así habilitarnos una lengua practicando la pintura singular y colectiva y no, necesariamente, seguir sosteniendo la primacía del lenguaje del reino como única forma de comunicación posible ante tantos aislamientos, reclusiones, violencias y soledades.
Las zonas de los sueños también son las zonas de las pesadillas impuestas por la socialización disciplinar de género y la usual represión pacata y doble-moralista del mojigato higienista uruguayo para el que nuestros cuerpos son meros receptáculos de dispositivos, intervenciones, consumos con controles cada día más perfeccionados en su capacidad de asfixiar.
Esta retrospectiva, profanamente latinoamericana en su tratamiento de la luz, es total y completamente crítica del mito oligárquico de la “Suiza de América” que aún, como retórica de supermercado, concibe este territorio como campestre, aislado, urbano, encerrado en sí mismo y, al mismo tiempo, como una isla turística monárquica paradisíaca para los ricos del mundo. Uruguay no es el mejor país.
Horizontes grandes, silencios repetidos, la flotación del espacio-tiempo, el resquebrajamiento que implica el sufrimiento es explícitamente trabajado con una delicadeza incandescente. La vida y la erótica están presentes en la territorialidad y no necesariamente en un líquido amniótico original, etéreo y dogmático.
El desmontaje del estado de somnolencia y la obsolescencia de la propia obra como práctica artística social, nos muestra que aún es posible sentir otros mundos, fuera del dopaje y el autoconsumo. Las obras nos empujan a preguntarnos sobre las condiciones de posibilidad para diferentes formas de existencia y si, quizá, la práctica artística situada nos habilita aunque sea un alivio singular y social para continuar discutiendo la institucionalización de toda práctica liberadora a un dispositivo individualista y asimilacionista a cualquier oligarquía o aristocracia con pretensiones de expropiación de nuestros sentires, pensares y sueños.
Es por esto que las prácticas artísticas sociales son un trabajo remunerado formal que no se hace bajo ningún romanticismo del “amor al arte” y que, realmente, nos apoya y ofrece refugio frente a tanta tristeza y tormento, frente a aquellos poderes de turno cuyas voluntades políticas dependen de un “más allá” y un “arriba” completamente antipluralista y antidemocrático frente a las diferencias de cualquier índole porque son de forma y de contenido, obviamente.
Por esto duelen nuestras prácticas y liberan al mismo tiempo, son paradojales, porque representan lo que se pretende ocultar, esconder o comprar, siempre exponiéndonos a la falsa dicotomía de la modernidad de que el trabajo intelectual es superior al manual. ¿Cómo si hubiera disociación posible que no nos llevara directamente al vacío del más profundo pozo delirante?
Por esta razón también, estas piezas u obras, son carísimas, no sólo en mi corazón acompañando y analizando críticamente el trabajo de creación de manera horizontal, sino que también en los corazones de aquellas personas que vieron un mural, una pancarta, un cuadro y por una vez sonrieron ese día.
Pero no, lamentablemente para la alta cultura, no nos enamoramos de nuestras prácticas cual narciso obnubilado y extrapolado al Cono Sur. No, somos independientes y por eso tenemos que vender nuestras obras al valor que realmente tienen, al valor que realmente valen y no al valor que espera el “mercado libre” del arte que nos subyuguemos, guste o no, la práctica artística social no es una cuestión de gustos, es una profesión, pero, antes que nada, un oficio.
Quien diga lo contrario, estoy más que abierta al diálogo respetuoso y sincero, con argumentos y ejemplos reales, a ver si escapan de la lógica del cálculo y la medida de la eficacia que gobierna el modelo totalizante de la onmipresente producción veinticuatro horas de los siete días de la semana desde la Era Común que nos impusieron.
En el arte las últimas personas, quizá somos las primeras en apoyarnos como sea y desde donde sea, porque otros mundos sensibles son posibles mientras algunos solamente desean perpetuar la decadencia para adentrarse en la censura y quitarnos la ética que nos permite poner a jugar en el espacio de lo público aquello que necesitamos decir para frenar las embestidas competitivas, disciplinantes, controladoras y místicas.
En esta retrospectiva no hay fe, ni montañas a mover: aquí hay artistas, cuerpos, personas, animales, objetos, flora, fauna, elementos que nos plantean la posibilidad de desertar de las tragedias, calamidades, destrozos que nos imponen y quizá podamos hacernos cargo de que podemos salir de la posición espectatorial y continuar afirmándonos por, para, entre y con nosotras, nosotros, nosotres y no dejar de dialogar con aquellos que aún se aferran a hacer cruces y vender monolitos cual indulgencias inquisitoriales. Sabemos más que nadie que también sufren al igual todos los días.
En una temporalidad de excepción, en tres años y medio de múltiples pandemias mundiales no es tarea de nuestras prácticas ni la didáctica, pedagogía o evangelización sobre ideología alguna: esta exposición es un claro esfuerzo del artista, la curadora y el equipo para ejercer nuestro derecho a la libertad de expresión en todas las circunstancias posibles y defender el respeto al derecho irrestricto a nuestras garantías jurídicas. Los “deberes” hace muchísimo tiempo que los hemos “sabido cumplir” y también “descumplir”.
Disfruten de la exposición y cualquier consulta estaré a disposición para escucharles e intentar expresarme lo mejor que pueda. Muchas gracias por su escucha activa y consideración para con esta humilde curadora y sus reflexiones contemporáneas.
Un varón subvirtiendo el canon tradicional de la academia y reconociendo a una par mujer como artista que acompañó, acompaña e interpreta su práctica social que para él son inimaginables habla de la electiva del diálogo y la libertad en las diferencias. Nada es mágico y el arte no nos cura, pero si, quizá, nos alivia singular y socialmente al consentirnos otros aconteceres impredecibles y reexistencias.
En esta retrospectiva de los diez primeros años de la obra pictórica de Henry Andrés Fernández Auscarriaga no se encontrarán con un artista genio, un talento innato, un hombre maldito, un gran héroe trágico y menos un épico drama nacionalista. Henry Andrés Fernández Auscarriaga es, simplemente y he ahí su valor, un artista absolutamente vivo que no teme atravesar el dolor y lo expone sin poses clericales, pretensiones de nobleza y que constantemente nos agita a crear mundos sensibles real y no idealmente vivibles.
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